Hubo un tiempo que decir Ramón Arqueros en La Prensa Gráfica era decir autoridad, no porque fuera gerente o algo parecido, era simplemente que era un trabajador incansable, creativo, que le encantaban los retos, que le gustaba lo nuevo y que a diferencia de la costumbre nacional de dejar que la edad nos coma, siempre andaba viendo que había de nuevo en tecnología, contaba con la confianza de quien en ese entonces era el Gerente General y sabía responder a ella, con más trabajo, soluciones y propuestas de vanguardia.
Leía revistas en inglés para saber que había de nuevo. Se compró un diccionario inglés español, que mantenía guardado en una gaveta de su oficina cuando se dio cuenta que los manuales de todos los equipos nuevos estaban en Inglés y desde entonces, de manera autodidacta leía en inglés.
Había estudiado mecánica en su Chile natal, pero, aun sin ser un especialista en sistemas operativos, programación o cuestiones como esas, acompañó el cambio de los dos periódicos más grandes de El Salvador hacia el futuro, dejando el linotipo y entrando a la era de la fotocomposición. Eso en La Prensa Gráfica ocurrió tres años antes de que yo llegara a la empresa.
Me entrevistó y me dijo que el trabajo era difícil, que era cansado y que había que hacerlo muy bien. Luego de seis meses de buscar trabajo, no importaba lo que dijera, yo le diría que no me abatía y que no había problema. En el medio de la entrevista me vio a los ojos y me dijo “Y no cree que el salario mínimo es muy poco para un técnico en ingeniería” y le dije que no porque me permitía pagar pupilaje y universidad, nunca le pregunté pero a veces, luego de conocerlo me dio la impresión que eso fue lo que por fin hizo bajar las armas en la entrevista y me aceptó para el mes de prueba. Con el tiempo le conocí esa cualidad, basado en su realidad de infante que “no le fue extraño el parche en el culo” como solía decir, creía en la gente que estaba en continuo aprendizaje, se preocupó de apoyarlos.
Yo iba con hambre (en serio, no es poesía), así es que me dije que ya que había tenido esa oportunidad no me iban a despedir al mes y me aprendí el uso de las máquinas, los procesos, todo. La segundo quincena, me llamó la atención que tenía además del salario una bonificación de 25 colones, cuando pregunté al supervisor, luego de su respuesta empecé a conocer otra cualidad de don Ramón, su sentido de justicia: había notado mi actitud hacia el trabajo y decidió romper una regla: entregar un bono antes de que venciera el mes de prueba. Creía que las palmadas en la espalda están bien, pero también hay que darlas en el bolsillo.
Su sentido de apoyo al trabajador lo sentimos todos los que llegamos y fuimos parte de su equipo, yo mismo lo escuché en un mes de diciembre discutiendo con el gerente general por el aumento salarial de “su equipo”, y lo hacía contra resultados, contra soluciones creativas entregadas en el año, contra novedades, no llegaba a suplicar, llegaba a negociar con datos en la mano, por eso era muy exigente, muchos lo tenían como. sino el más, al menos uno de los jefes más “yucas”, más exigentes, más difíciles de complacer en los estándares que manejaba.
Su preocupación era completa, no sólo el salario, también el conocimiento, promovió que en La Prensa Gráfica se capacitar a los técnicos, no sólo a la jefaturas, y se metía en todas las áreas, tenía una intuición estratégica increíble, era natural en él.
Tenía buen sentido del humor, y le gustava compartir en reuniones, pero ya lo he dicho, era exigente en el trabajo e incluso tenía un dicho para aquellos que, pasados de tragos buscaban justificar ausencias: "Nos gusta chupar, nos gusta trabajar". no había términos medios.
Catorce años pasaron rápidamente, en ese tiempo don Ramón Arqueros se convirtió en mi maestro dentro del periódico, me enseñó tipografía, composición, lo básico del diseño y sobre todo, cosas que ninguna universidad enseñaría, a partir de su ejemplo, pude aprender la importancia que tienen los periódicos en la vida de un país, ya antes he comentado una experiencia de esas, cuando luego del terremoto de 1986, habló con don José Alfredo Dutriz y le dijo que había que salir el lunes con el periódico (el terremoto había sido viernes, el periódico de lunes lo hacíamos domingo) porque "cuando los periódicos están en la calle, el país vuelve a la normalidad, tenemos que sacar el diario mañana, si no logramos solucionar los problemas (que eran varios), usted tiene amigos en Guatemala, hable con ellos, imprimamoslo allá y lo traemos durante la noche para repartirlo el lunes por la mañana".
Hablamos muchas veces del periodismo en Chile e inevitablemente, caímos en pláticas de política, yo me interesaba mucho en el período de Salvador Allende y el golpe de Estado y él, si bien no seguidor incondicional de Pinochet, reconocía los avances y recordaba con tristeza la realidad económica de la época de Allende que fue una de las razones que le llevó a abandonar Chile para venirse a El Salvador.
Aprendimos a respetarnos en las diferencias y en ningún momento eso afecto su calidad de jefe justo, si era el trabajo lo medía a partir de los resultados. Estuvo pendiente cuando, embarazada de mi hija, mi esposa estuvo ingresada, me dio apoyo y me concedió todo el tiempo que necesité para visitarle, acompañarla, cuando mi hija nació, juntos celebramos que las dos salieron con vida del parto, el riesgo de muerte de alguna o ambas, era cercana. Lógico, con estas idas y venidas, la relación laboral se convirtió en amistad. Cuando me fui de La Prensa Gráfica, él ya no era mi jefe, pero la relación se mantuvo y él ya jubilado y yo en Hacienda, nos reuníamos de tiempo en tiempo en su casa, nunca faltó la buena alimentación que él mismo preparaba para recibirnos, a quienes llegábamos: Mario, Yolan, “El Flaco”, Armando, Leonel, en una ocasión hasta don Julio, los viejos que alguna vez fuimos compañeros en La Prensa Gráfica y seguimos siendo amigos en la vida.
Don Ramón, imagino que apresurado por la ausencia de doña Digna, su esposa, decidió irse para seguir siendo feliz con ella, para acompañarla y para descansar, algo justo luego de tres hijos formados como profesionales y una vida concentrada en ser parte de los mejores. Y se fue tranquilo, como quien puso las cosas en orden, soluciona los pendientes y está listo para la llamada del creador.
Como hablamos cuando le despedí, usted serio en su ataúd y yo con Juani brindándome apoyo de pie: usted sabe el cariño que le tenemos, pero también sabe que las despedidas no son conmigo, así es que nada más diremos que espero que doña Digna le haya recibido con besos y abrazos y que ya estén juntos nuevamente sentados uno al lado del otro. Descanse en paz don Ramón.
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