Ocasionalmente, en algún medio escrito de comunicación encuentro historias de éxito de los países que se han vuelto triunfadores: Alemania y Japón luego de la II Guerra Mundial; los "Tigres asiáticos" durante la guerra fría; recientemente Costa Rica, Chile y, finalmente Honduras con un reciente evento para atraer inversión extranjera.
A lo mejor por lo limitado del espacio (en algunos casos lo dudo), los columnistas que tocan el tema, no mencionan cosas complementarias que han permitido que esos países logren escribir, pero sobre todo, desarrollar planes estratégicos. Ejemplo: Chile, durante 12 años y tres gobiernos distintos, mantuvo en su puesto al mismo Director del Servicio de Impuestos Internos (nuestro equivalente sería la Dirección General de Impuestos Internos, dependencia del Ministerio de Hacienda). Inició su período al frente de la oficina de impuestos internos, en 1990 con el gobierno de Patricio Aylwin Azúcar (democratacristiano), siguió con el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle (democratacristiano) y finalizó con el presidente Ricardo Lagos Escobar (socialista) en 2002.
En El Salvador, el gobierno del presidente Funes, ha tenido en el Ministerio de Hacienda, bajo el ministro Carlos Cáceres, tres directores generales de impuestos internos. En dos años de gobierno ¿Qué plan estratégico es posible desarrollar así? Dejando de lado las razones de las destituciones, que además acorde a la tradición política nacional, no son públicas, es evidente que cada líder lleva sus características propias y eso cambia el trabajo diario.
Un cambio de ese nivel provoca estrés en la organización y, de acuerdo a la cultura reinante en el sector público, toma un tiempo “prudencial” para saber “Qué pila trae el nuevo director” y esto ocurre en el medio de una discusión acerca de impuestos nuevos (el de la seguridad) o de la aplicación de algunas reformas aprobados (declaración patrimonial) que requieren credibilidad y exigen que el gobierno muestre estabilidad.
Seguir ejemplos exitosos, adaptar soluciones ajenas, pues no es un problema mayor, o mejor dicho, no debería ser un problema mayor, pero ojo, cuando de esas soluciones sólo se quiere tomar lo que conviene para fines particulares o bien no nos preocupamos de ver esos detalles tan simples que se vuelven importantes para lograr objetivos a largo plazo, el fracaso está a la vista.
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