"No se preocupe que cuando me maten, no importa donde me dejen, a los tres días me tienen que enterrar porque voy a apestar" Directo al corazón de doña Mercedes, quien le lanza el dardo es su adolescente hijo, en respuesta a un reclamo por llegar tarde a casa. Doña Mercedes reclama la desconsideración ante su preocupación porque "mucho joven se está perdiendo" (desaparecidos).
Cuando mi hija nació, lo que parecía común y natural: casarse, tener hijos, etc. se convirtió en una responsabilidad única, nueva y retadora. Cuando enfermó por primera vez, de cierta gravedad, me dí cuenta que el dolor más grande para cualquier ser humano es la muerte de una hija o hijo. El remordimiento oculto por tantos años apareció, recordé las palabras que le dije a mi madre y le pedí perdón, en silencio, desde el apartamento en el que trataba de superar mi pasado, al lado de mi amada Negra y mi Ñiña.
Al ver hacia atrás, veo la importancia que mi madre ha tenido en la vida de nosotros (mi hermano, hermanas y yo) y de mis hijos, de sus amados nietos.
Estudió hasta segundo grado. Cada día, desde antes de iniciar la escuela, la abuela materna hacía tortillas, que ella vendía en San Salvador, en el barrio San Esteban, diariamente la tombilla sobre su cabeza recorría las calles del barrio y áreas cercanas hasta quedar vacía.
Creció y el hambre le hizo aprender costurería, con esta especialidad ingresó al Hospital de Maternidad (departamento de Ropería o algo así), allí conoció a mi padre (que era telefonista) y se enamoraron. Se casan y, mientras mi padre llega a Santa Ana, con las manos dentro de la bolsa de su pantalón, a un nuevo trabajo de telefonista en el Hospital Regional "San Juan de Dios" donde ganaría unos colones más, ella espera en la casa paterna que él prepare el terreno del nuevo hogar, de la nueva familia.
Don Andrés y la niña Mary abren para mi padre, no sólo su mano amiga y su corazón cristiano, sino también su casa para que ingresen en ella (por eso la desaparición de Andy duele tanto, porque se engendró, nació y crio en ese hogar de don Andrés y doña Mary sus padres a quienes les debemos tanto); así mi madre llega a Santa Ana y se mantendrán unidos desde ese entonces, hasta este día y, seguramente, hasta que la muerte los separe.
Algún tiempo después alquilan una pieza (habitación) en un mesón, que se ubica frente al hospital. Las vacas flacas están presentes en la casa y mi madre ve, con esa su especial capacidad emprendedora, una oportunidad: el día de visita a los enfermos, mucha gente llega y hace cola, piensa en la oportunidad de vender algo, ya existen tiendas, pero eso no le detiene, toma dinero del fondo de alimentación y compra tres gaseosas en el depósito cercano, convenciendo al propietario que se las de a precio de docena, regresa a casa, las coloca en una mesa con un pequeño mantel que ha colocado en la acera y las vende, sale de nuevo corriendo compra otras tres y durante ese día vendió varias veces tres gaseosas. El siguiente día de visita se planifica con anticiación y la venta incluye galletas y churritos, los vecinos, de la gente buena de antes de la guerra, le apoya, cuidan a la niña (mi hermana) mientras va y finalmente una señora que ve sus idas y venidas se ofrece a ayudar, es la niña Concha (excelente mujer a quien la violencia pre-guerra le mató a su único hijo y la hizo sufrir de manera incríble) y así, en poco, se armó la tienda que yo logré conocer.
Tiempo después creció, periódicamente, de un carretón bajaban frutas de todos colores y sabores, las acomodaba y vendía, a mi me gustaba esa venta por colorida.
Un día se entusiasmo en comprar un lote, imagino que en algún momento pensó hacer la jugada de los abuelos y mi tío materno que compraron un lote en Mejicanos, en un lugar en el que ni bus llegaba y que cuando llovía, había que esperar a que el agua bajara, para poder cruzar en algún lugar del camino y llegar hasta el lote. Con los años, el lote se convirtió en parte del área urbana de Mejicanos.
Ella inició el pagó del lote, pagó a un vecino cercano al mismo, para que sembrara maíz, frijol, árboles frutales. Un par de veces tuvimos que ir a cortar maíz y frijo (a cosechar). Le instaló agua potable cuando, llegó el servicio por la zona.
Muchos años después, junto a mi padre, cansados de "estar alquilando" se decidieron a comprar una casa, buscaron, encontraron, solicitaron el préstamo y Dios, mediante muchas manos amigas, apareció para hacer el milagro. Contrataron y empezaron la dura tarea de pagar la casa, mientras la tienda se mantenía y sobrevivía a pesar del buen corazón de doña Mercedes, que fiaba y fiaba hasta que no podían pagar, la casa esta en Santa Ana, en una zona que en esa fecha era rodeada de mesones y creo que en esos niños nos veía a nosotros en nuestra infancia y en esas madres, se veía ella misma, por eso fiaba y fiaba, pero curioso: la tienda nunca murió.
Los chicos del vecindario la conocían por "la Madre" y me causaba gracias, cuando de vez en vez llegaba por allí porque la asociaba con Pelagia, la de la novela Rusa. Pero los chicos le mantenían un respeto increíble, se metía en la vida de ellos, les aconsejaba y apoyaba en el estudio, prestaba libros de los que nosotros dejamos, en fín. Se convirtió en "La madre" de muchos de ellos, que ya grandes, viajaron donde sus originales mamás a los Estados Unidos, y aun hoy, cuando regresan, llegan a visitarle.
Así ha sido mi madre: creativa, sólida en su amor, fiel a su proyecto de vida, soñadora, realizadora. Hoy más cerca del fin de su vida (o de la mía, nadie sabe) tomo conciencia de lo bueno que fue Dios al proveernos de la madre que nos dio. Gracias Dios, Gracias Madre, hoy entiendo cuanto sufrió ante el temor de mi desaparición, de mi muerte, por eso le pedí perdón por esas palabras, y agradezco su ternura, su amorm su dedicación. Gracias Madre.
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