El acuerdo era reunirse a una hora que ya no recuerdo (pero oscureciendo), en diferentes puntos y de allí caminar en parejas al punto final de encuentro, a mi me tocó esperarlos de una vez en el Parquecito Santa Lucía, justo frente a la iglesia del mismo nombre. Líber nos explicó la mecánica, dos repartían la propaganda y el resto servía de seguridad, nos moveríamos buscando hacia las fábricas, en esa época recuerdo Contexa e Imacasa no más. No usaríamos máscaras, ni pañuelos, aprovechariamos que la zona era oscura, eso nos protegería. En el sorteo para el reparto saqué uno de los dos premios.
Desde el principio tuve conciencia de lo que estaba haciendo, de las decisiones que había tomado en los últimos días y del trabajo clandestino que iniciaba, siempre estuve consciente de que cada misión, cada tarea, podría ser la última de mi vida, ese día escogí mi mejor ropa, la dominguera, si me moría al menos sería vestido con la ropa que más me gustaba.
Llegó la hora y allí estaba, distraido con el paisaje, los camaradas fueron llegando y cada quien fue tomando una posición diferente dentro del terreno del parquecito, en un zas, aparece Líber saliendo de la iglesia (llegando siempre por donde menos lo esperábamos)se acercó, me preguntó algo, le respondí, sus ojos achinados mientras tanto, con la experiencia de obrero fogueado en las luchas sindicales y clandestinas hicieron el rápido chequeo, el terreno limpio; ya lo habían revisado el Chino y Oswaldo los responsables de la seguridad del equipo, para entonces no lo sabía, pero ellos tenían entrenamiento en cuestiones militares básicas y eran residuos de células que en algún momento tuvieron la idea de convertirse en el ejército de liberación.
Las muecas acordadas circularon entre el equipo y Líber dio la orden, me entregó un paquete de volantes a mí y al otro camarada e indicó que saliéramos, salimos del parque, ingresando a la Colonia Santa Lucía desembocamos en la calle de las fábricas (la zona industrial de Santa Ana) y de allí para allá todo fue tan rápido, ver a las obreras y obreros venir hacia nosotros, con su paso presuroso, buscando las paradas de autobuses y la desconfianza inicial de ver al grupo de bichos caminando rápidamente a su encuentro, la entrega de la primera hoja, el sudor bajando por la espalda, la respiración apresurada, el corazón a mil por hora, todo tan rápido, la desconfianza de los obreros y obreras se convirtió en confianza y nos buscan para tomar las hojas por sí mismos y, en medio de esa vorágine de emociones, una voz de mujer que dice: "Tengan cuidado compañeros", un golpe eléctrico me cayó y mecánicamente pregunté "¿Hay policías adelante?"... sentí miedo... "¡Siga, Siga!", la voz de mando del responsable de célula me despertó y seguimos rapidamente repartiendo volantes, hasta terminarlos, cuando aun quedaban obreros por llegar a nuestro encuentro.
Punto, vuelta de inmediato, búsqueda de la calle acordada como la de salida, separación en las parejas pre definidas y salir apresuradamente pero sin correr, de de la zona.
Punto de verificación, paso chequeo y más noche, mientras pensaba en lo hecho, aun sin llegar a mi casa di Gracias a Dios y saqué de mi bolsillo, la única hoja que, contra las indicaciones había guardado, jamás había visto un volante de una organización prohibida, esta era del Partido Comunista de El Salvador y ya no recuerdo qué contenía, entonces recapacité del riesgo que había tomado al guardar el volante, esa noche, entendí lo que era ser parte de una organización clandestina, la responsabilidad que tenía, especialmente porque era co-rresponsable de seis camaradas más. Esa noche tomé varias decisiones, muchas de las cuales son las que me mantuvieron con vida cuando la lucha con sus acciones de calle, previo a la guerra, arreció.
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