La verdad no, nunca fui comunista. Ingresar a la Juventud Comunista de El Salvador en realidad fue una forma de expresar mi descontento por la falta de libertad, pero con el tiempo, aun cuanto tomé un cariño increíble a los camaradas de la "J" (Juventud) y del partido (a unos más que a otros y a otros menos que casi nada), allí mismo aprendí que la dictadura del proletariado no era nada bueno.
En el Instituto Nacional de Santa Ana (INSA) tuvimos entre 1975 y 1977 en el bachillerato académico excelentes maestros: Doña Dora Martínez, don Luis Moreno, doña Lucy; doña Ines Motta; don Porfirio Velásquez; don Abel Chinchilla; maestros de primer nivel, cada uno en su área, buscaron hacernos entes pensantes, reflexivos. En el bachillerato fue donde realmente aprendí a leer, doña Lucy me enseñó a amar la literatura, a entenderla y a disfrutarla; doña Dora con su profundidad matemática y estadística; don Luis quien nos retó a conocer algebra de boole; don Velásquez, con su método poco común, hacía que al menos durante los exámenes estudiáramos todo lo maravilloso de la geometría, funciones, introducción al cálculo, no como una cosa mecánica, sino como un ejercicio de pensamiento contínuo; doña Inés me hizo escuchar por primera vez conceptos como economía política y nos guió en el estudio de las culturas y la historia de la humanidad, y el maestro Chinchilla, que me hizo descubrir que en el mundo habían otras formas de verlo e interpretarlo distintas a la que hasta ese momento yo manejaba.
La mayoría de ellos eran jóvenes y si les llamo don y doñas es por el respeto que les guardo, que cada uno de ellos se ganó en esa generación.
Podría estar dolido por muchas razones, fue la edad de la rebeldía y recuerdo que doña Dora me expulsó de la clase de estadística, pero es que eran tan respetuosos en el trato contigo que hasta esa expulsión comprendí que era correcta y yo "solito me saqué de la clase", por eso me disculpé con ella y ella aceptó mis disculpas y me agradeció que no volviera a su clase de estadística (que llevaba como oyente).
El respeto a la idea ajena y el comprender que el mundo es más grande a la pequeña Santa Ana donde vivía, y que por tanto las ideas eran mucho más diversas de las que hasta la fecha había manejado, creo que fue uno de los legados más valiosos del INSA y de sus maestros de esa época.
Y con esa formación es que entré a la J. Ingresé a las escuelas de formación política clandestinas que existían (te convocaban un fin de semana con pelota de fut, o simplemente en calzoneta o bien vestido para fiesta y del punto de reunión te llevaban a cualquier lugar -una casa vieja, un apartamento, una escuela, una finca- y allí se recibía a alguien que te hablaba de la historia de El Salvador (presidentes, reformas realizadas, programas de gobierno, los sucesos de 1932, el levantamiento de Anastasio Aquino, etc.), de teoría política (se leían libros que te daban y luego se comentaban autores como Marta Hackneker -ya no me acuerdo como se escribe- Althousser, por supuesto Marx, Lenín, Engels, etc.). Y en la sobremesa siempre se hablaba de literatura nacional: y vaya sorpesa: Masferrer no era el subversivo que pensaba sino más bien un reformista que le sirvió a la dictadura...
Como fuera, las escuelas eran realmente eso: escuelas de formación. A medida la confianza crecía se tocaban temas y se compartía sueños y en una de esas fue que a un dirigente nacional le consultamos como sería el cambio, como se haría, como se aseguraría el poder, porque claro Lenín (creo) decía que el problema no era la toma del poder sino la conservación del mismo; el camarada nos explicó con detalle métodos y técnicas para hacerlo, resumen: "igual que hoy sólo que la Guardia Nacional y la Policía de Hacienda estarán al servicio del pueblo, con sus métodos -tortura incluida- y así es como se construye la dictadura del proletariado. (Gulp! para usar un término que usaba muy bien RIUS, el brillante caricaturista mexicano)
Pues bien, fueron "cositas" como esas las que me hicieron repensar las cosas.
Tampoco me agradaba la limitación en lectura, recuerdo en una ocasión que Paty apareció con una "Selecciones de Reader´s digest" recibió una charla acerca del peligro de la literatura disfrazada que el imperio utilizaba para engañar jóvenes, que era necesario analizar y que por tanto era más saludable, para nuestras jóvenes e ingenuas mentes no meternos en esos problemas, porque podríamos ser engañados.
Pero justamente por ese mismo tiempo, esa calidad de maestros que ya mencioné nos retaban a que pensáramos, leyéramos, investigáramos y analizáramos todo lo que nos rodeaba.
Recuerdo que en una ocasión caminando con la misma Paty de dos párrafos arriba, nos detuvimos frente a la vitrina de la Distribuidora Salvadoreña (la sucursal que tenían en Santa Ana) y vimos el "Archipiélago Gulag" de Alexander Sothenitzin (tampoco me acuerdo como se escribe) y le dije a Paty que yo quería leer ese libro, aun cuando era de la literatura que un joven militante de la J no podía ni debía leer.
Paty, producto de ese mismo INSA, sólo me escuchó y se sonrió, luego pensé que a lo mejor había sido un error hacer el comentario, sin embargo confiaba en que nuestra amistad era más fuerte que la lealtad hacia la J y así fue. Es más, para confirmar que eramos cómplices en la rebeldía, en una reunión que tuvimos ella me dió un regalo por mi cumpleaños (delante de todos los demás dirigentes del instituto, algunos de ellos militantes de la J y el responsable de mi organismo -célula-) y al abrazarme me dijo al oído: "No lo abrás que nos matan a los dos", comprendí que era el Archipiélago Gulag.
Todos neceaban porque lo abriera pero yo les dije que era una loción, Paty puso cara de decepcionada y me dijo que ella esperaba que no adivinara pero ni modo y todos nos conformamos que era una loción.
Así fue la vida, y así fue la escuela de formación política, la clandestina y la que no era formal pero que nos permitía conocer como en realidad serían las cosas en el futuro y eso, aunado a otras experiencias que fui teniendo, especialmente con la mara que iba becada a la URSS (Q.E.P.D.) y las recomenaciones que recibía, que otro día les cuento, fueron haciendome entender que el país debía cambiar pero había que saber hacia donde queríamos el cambio. Al menos a mí, no me parecía que fuera hacia la dictadura del proletariado.
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