El martes 22 de enero de 1980, se dio la manifestación de la unidad, la marcha más grande jamás vista en El Salvador, ese día salió al aire Radio Venceremos, y yo decidí no asistir, me quedé encerrado sintonizando venceremos, lo hice a propósito, esperaba una regañada un llamado de atención o algo similar y a lo mejor era oportunidad de presentar mi renuncia. El 23 me fui a la universidad y estaba cercada, dentro estaban varios compañeros de diferentes organizaciones y afuera el ejército, me quedé en medio de un grupo de estudiantes y militantes de otras organizaciones, entre el Hospital Bloom y la embajada americana sobre la 25, nos quedamos agitando hasta que dispararon y entonces nos movimos, evitando pasar frente a la embajada y allí se me “encendió el foco”.
Quien era responsable del organismo del que formaba parte había demostrado ser “bien práctico”, nunca haría cualquier cosa que pusiera en riesgo su seguridad.
Pensé entonces que nadie me buscaría, porque sólo él conocía mi residencia, pero él no llegaría porque pensaría que me habían capturado. El cabo suelto entonces era ¿por qué no asistí a la marcha?, sobre todo por los resultados que había tenido esa manifestación, una matanza de gran nivel.
De cualquier forma en tanto le daba forma a la idea, agarré mi ropa y me fui para Santa Ana.
Permanecí prácticamente escondido en la casa de mis padres por varios días, y empecé a buscar trabajo, seis meses rebuscándome y no salía nada. Cuando la desesperación me había llegado y me preparaba para escaparme a México, llegó (Dios existe, ya lo he dicho muchas veces) un telegrama para que me presentara el lunes a una entrevista de trabajo, el mismo día me dijeron que iniciaba el siguiente día en un horario de 1 p.m. hasta término (ero era 11, 12 de la noche o bien 1 de la mañana) eso me permitía llegar al pupilaje que había contratado (a unas cuadras del trabajo en el centro de San Salvador) y con esa paja dormía toda la mañana, aunque en realidad me despertaba, me bañaba, me vestía y me quedaba encerrado tirado en la cama (y como toda la mara trabajaba en el día prácticamente pasaba solo) y cuando ya eran las 12 del mediodía almorzaba y a trabajar, eso me dio la cobertura perfecta, porque no andaba en la calle y era normal (porque tenía que "descansar porque trabaja toda la noche").
Con el tiempo el miedo fue siendo superado, empecé a salir y entonces iba al cine, o cualquier otra diversión que fuera en lugares cerrados.
Años después encontré al responsable del área en la que estaba y el miedo volvió, iba caminando con mi hermano, con prisa, lo despedí en una esquina, seguí caminando cuando me cayó el prójimo y empezamos a platicar, esa plática me hizo volver a la vida normal: en primer lugar me enteré que no me consideraban traidor, que confiaban en mi al punto que incluso querían que volviera pero entonces yo argumenté razones familiares, de trabajo y hasta de salud para justificar que no podía volver.
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