domingo, 5 de febrero de 2012

Lo que los jóvenes deben conocer...
y los viejos debemos recordar (III)

Quería estar quieto, sin hacer nada, disfrutar el domingo, pero luego de leer el periódico es imposible.

En el pie de grabado de la foto se lee: "Mayo/84/ (están los nombres de los fotografiados), fueron hallados culpables por el tribunal de conciencia, del asesinato de cuatro religiosas norteamericanos en diciembre de 1980. Ellos eran miembros de la Guardia Nacional, cuando se cometió el crimen…" Fotografía tomada del documento sobre el conflicto armado de "La Prensa Gráfica". En el documento los rostros de los enjuiciados no están cubiertos, aquí se protegen porque a estas alturas ya cumplieron sus condenas y el objetivo no es evidenciar las personas, sino las conductas de las instituciones.

 

En la década de los años 70, El Salvador era según la publicidad oficial: “El país de la sonrisa”… todos vivíamos en un país en paz, sin problemas, o al menos, si acaso existían, no los conocíamos porque los medios de comunicación nunca lo informaban y tampoco había existido un Papa que dijera cosas como aquella de “Que nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad, verdad, justicia, y solidaridad”, ¿recuerdan al gran hombre que fue Juan Pablo II?


Éramos pues “El país de la sonrisa” y en el “país de la sonrisa”, era un dicho común: “¡La autoridad se respeta!” y los cuerpos de seguridad, mantenían vigente este dicho con acciones concretas. Hubo un tiempo en los setenta, que los ladrones y delincuentes que eran capturados por la Guardia Nacional, salían de los cuarteles con el pelo rapado y esto era un indicio para que la gente supiera que ese era un delincuente que por alguna razón salió libre pero del que había que cuidarse.


Fue una forma de “etiquetar” a los delincuentes de aquella época, por supuesto eran delincuentes descalzos. Los de cuello blanco y políticos que siempre se han aprovechado del erario público, ellos eran intocables, más bien eran “patrones” de aquellos que, haciendo “respetar su autoridad” etiquetaban a los delincuentes de la calle, de a pie.


Años más tarde, cuando el jefe de la Guardia Nacional era un general muy recordado, héroe de la guerra de las 100 horas, que con el tiempo se convirtió prácticamente en “propietario” de ese cuerpo de seguridad, decidieron que con pelonear a los delincuentes no se lograba nada, porque al final el pelo les crecía, los delincuentes se cambiaban de zona y volvían a las andadas, entonces era mejor, tal cual lo había hecho otro antiguo político-militar en Alemania, dar una solución final.


Y de un día para otro, empezaron a aparecer uno que otro encostalado muerto, pelado de la cabeza y muerto.


Y se hizo común que la gente se dijera cuando se peleaba o discutía en la calle: “En el Lempa vas a aparecer hijueulagran…” porque se hizo parte del conocimiento colectivo que en el Lempa se lanzaban los costales con los muertos, con los delincuentes asesinados para liberar a la sociedad de esos malditos delincuentes.


Y claro, los ciudadanos decentes aplaudieron eso, (yo no me incluyo, no porque no me considerara decente, sino porque tenía la educación paterna de que sólo Dios puede quitarnos la vida). “Ta bueno que maten tanto hijuelagran… que no hacen nada bueno, no buscan oficio, solo lo fácil, joder al vecino”, Y así, tácitamente no solo se aceptó, sino que se felicitó y apoyó esa práctica.


El problema es que las sociedad no son quietas, siempre se están moviendo, cambiando, y cuando en “El país de la sonrisa” empezaron a aparecer las viejas heridas, cuando la dictadura, llegó al colmo de la ilegalidad para sostenerse, entonces los políticos del momento, lejos de buscar una solución política, como lo harían muchos años después con la firma de los “Acuerdos de Paz”, utilizaron el músculo que se había creado a esa fecha, para trasladar la “solución final” del campo delincuencial al campo político y empezó la matanza selectiva de finales de los 70, entonces los embolsados, ya no eran delincuentes, eran el maestro de la escuela que arengó en un mitín de los partidos políticos de oposición, el dirigente obrero que encabezó una huelga, el campesino que pidió le agregaran frijol a la tortilla con sal que le daban de alimento en la finca o hacienda, el estudiante que promovió un paro para protestar o solidarizar con algo o alguien. Pero esas acciones solo evidenciaron a la dictadura, demostraron que no se podía conversar con esas personas que dirigían el país en ese momento, y que lo único que quedaba era meter las manos por propia cuenta.


Y entonces, lejos de entender los políticos que era el músculo que habían creado el que los estaba arrinconando, le dieron más vitamina, más recursos, más tecnología y mano libre. El resultado fue más horror y más muertos: la matanza indiscriminada inició, ahora eran los vecinos, los amigos, los conocidos, ya no sólo el dirigente, el ciudadano que “se dio color” como militantes de un partido político de oposición o dirigentes sindical, gremial, estudiantil, éramos la mayoría de salvadoreños; el músculo golpeó a aquellos mismos que años antes lo habían motivado a seguirse endureciendo, y el horror creció: descabezados en las carreteras, alineados cuerpo a cuerpo en decenas de cuerpos y las cabezas que, sembradas en las estacas de los cercos miraban el negro futuro, no correspondían a los cuerpos; cuerpos completamente desmembrados, llegaron al colmo de dejar descabezados en las gradas de un cine en el centro de San Salvador...


Y empezó la guerra…. Y llegaron los acuerdos de paz… Y estamos en este momento…


¿Cuántos muertos ancianos, adultos, jóvenes, niños; internacionalmente famosos o conocidos solo por sus familiares; profesionales, obreros, idealistas, soñadores, nos habríamos ahorrado si los políticos hubieran comprendido que el músculo no puede golpear sin antes haber investigado dónde es que debe dar el golpe, para asegurar su máxima eficiencia? Nunca lo sabremos, pero deberíamos saber que ocurrió, que este país ya lo padeció. El músculo debe obedecer al cerebro y el cerebro es responsable de todo lo que haga el músculo. No nos llamemos a engaño. En una “guerra sucia”, todos nos vamos a llenar de miasma.



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