Cuando era un niño, en Santa Ana me contaron una historia: Un señor con salario de empleado y vida de potentado estaba lógicamente endeudado; un buen día cansado de que siempre le cobrara, le dijo a uno de los prestamistas que le perseguían: “Llegate a las 2 de la tarde al Casino”. El casino era el centro de reunión de la aristocracia local.
Pues bien, el prestamista llegó por allí y se quedó dando vueltas en el mismo lugar, hasta que en la puerta apreció el señor ya descrito acompañado por uno de los señorones cafetaleros de la época, la flor y nata en riqueza, y entonces el prestamista se fue con todo
- ¿Qué pasó cuando me vas a pagar?
- Ya luego, pero por favor no seas imprudente, no es el momento ni el lugar
- Lo que pasa es que ya me cansé de andarte siguiendo
- De acuerdo pero, hay que buscar el….
Y entonces intervino el caballero: “Y cuánto le debés”
“No don Fulano, si ni es tanto son doscientos colones”
El caballero don Fulano se metió la mano a la bolsa, contó el dinero, y entregó los doscientos colones de 1975.
Cuando me lo contaron pensé que el tipo era vivo y se me ocurrió que mi papá debería tener amigos como esos para que nos pagaran las deudas… Era la época dorada del café, esos caballeros apostaban un mil colones, los perdían y no pasaba absolutamente nada. Así era de rica esa época gracias al grano de oro. Esos doscientos colones fueron regalados.
Ahora, en estos días, lo único dorado es el tiempo, yo al menos no creo que te presten un avión o tres millones de dólares sin condiciones.
Seguramente, los antiguos cafetaleros hoy son reemplazados por señores que se dedican a negocios extremadamente lucrativos y pueden darse el lujo de prestarte un avión, como lo haríamos nosotros con un par de patines o un buen libro, se los prestamos a nuestros amigos, teniendo claro que lo hacemos porque son incondicionales con nosotros, teniendo claro que nunca nos dejarán abandonados, que podremos pedirles un favor de cualquier tamaño y precio en cualquier momento…
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