lunes, 6 de julio de 2009

Mi primera lección de servicio al Cliente

Me la dio un campesino del Norte de Morazán.

Yo era "estudiante" de electrónica industrial en el Tecnológico de San Salvador y además había inscrito una materia en Ingeniería Eléctrica en la UES, y por los parciales en el tecnológico, me había retirado por cuatro días del local de las Ligas Populares 28 de Febrero en la Universidad, pero como ese día llegaba la comandante Ana Guadalupe Martínez al auditórium de Derecho de la UES, su primera aparición pública y masiva, luego de ser liberada de las cárceles clandestinas, pues me fui temprano, ibamos con Gregorio y con Marlon (dos compañeros del tecnológico) y ni modo (tráfico de influencias chís!) nos metimos y utilicé mi relación para llegar hasta el mero auditórium, llegamos temprano y todavía se estaba preparando el auditórium aun cuando la seguridad ya estaba montada, en esas apareció Romel y se desahogó conmigo: "que bronceado andás ¡Ah! si es que andabas en Hawai, con razón, el compañero estaba de vacaciones" y va de bronca pues, todo por unos cuatro días que no me había aparecido porque estaba estudiando para parciales, pues intenté hacerme el maje y escaparme pero me agarró y me ordenó que me quedara en la puerta, me dieron mi contraseña de seguridad y ni modo clavado en la puerta del auditórium para revisar a todo el que por allí pasara. Gregorio y el Marlon muertos de risa, ni modo, creo que Marlon agarró mis cuadernos y me quedé parado en la puerta.

A mi lado un campesino de Morazán, sonrió y me dio la bienvenida, me dio las indicaciones generales y colocamos una mesa para que nadie pudiera pasar, y se fue haciendo una cola, que cada minuto era más y más larga, y la gente se fue cansando y poco a poco el cansancio creó molestia y la molestia se hizo grito abierto de que los dejáramos pasar.

Y nosotros que no, que no se podía, que no teníamos todavía la orden de dejar pasar a nadie. Y una señora que andaba por allí dijo que ella había sido amiga de Roque Dalton y que si Roque estuviera vivo y allí la dejaría pasar... y un poeta pelo largo que apareció por allí se ofreció a escribirle un poema como los que hacía Roque Dalton y tomó papel y lápiz y escribió, mientras gritaba lo que escribía: "Hijos de la gran puta dejen pasar a la señora!", carcajada general y las puteadas se fueron organizando... y nosotros que no pasaba nadie.

Hubo un momento que me encachimbé en serio y me subí a la mesa y grité algo así como que teníamos orden de no dejar pasar a nadie, que era por la seguridad de la comandante, que el que no comprendiera eso era porque era oreja o contrarrevolucionario (Carajo! al acordarme todavía siento verguenza). Y hasta allí llegué, una mano fuerte me bajó de la mesa y el camarada a mi lado me dijo algo así como miré compañero, ellos son masa, no comprenden muchas cosas y no tienen porque hacerlo, usted está organizado, es vanguardía, usted ha sido educado y sobre todo está al servicio de ellos, por ellos luchamos, así que mejor se está calladito.

Y bueno, los primeros en la fila, sólo me observaron, yo pues hice lo que hacemos los salvadoreños normales y corrientes: el maje, pero en los minutos que siguieron pensé en las palabras del camarada y le vi a los ojos, él mantuvo la mirada y se sonrió y me dió un par de palmadas en la espalda. Pensé, en cuánto me faltaba aprender en la práctica, porque en la escuela la cosa es de un modo pero en la práctica... Ese día recordé algo que había olvidado, pero que descubrí cuando en la Juventud Comunista empecé a platicar con obreros: la sabiduría que hay en la gente más humilde es valiosa y por no escuchar la perdemos.

Por eso ahora, cuando algún necio aparece en mi camino o mi trabajo, trato de recordar a ese camarada: moreno, delgado, fuerte, sonrisa franca, falto de escuela pero sabio, ese campesino del norte de Morazán.

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