Tu mirada es lejana y tengo la sensación de que es porque te despides, la veo y siento tu adiós, porque siempre que hablaste conmigo lo hiciste viéndome a los ojos. Así, de ti aprendí a ser sincero y mirar a los ojos a la gente. Con el tiempo lo olvidé, tu lo comprendes, la maldita guerra que alistábamos me enseñó cosas que no aprendí contigo en el hogar que fuiste capaz de crear para todos.
Tu voz es suave, no el vozarrón al que estaba acostumbrado y que al final terminé copiándote o más bien heredando.
Debería estar mejor preparado para la despedida, después de tanta muerte a mi alrededor, sin embargo sigo negando el dolor de la despedida, pero ni modo, a lo mejor llegó el momento de verdad, a lo mejor ya va siendo hora de tu justo descanso, a lo mejor es hora de vivir una despedida, no sólo de oírla, sentirla, hoy habrá que vivirla, llorarla y ver como la tierra te abraza para que te volvas inmortal en el agradecimiento que te guardo por haber sido mi padre.
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